Se ha dicho que
la justicia es el poder menos democrático de todos. No sólo porque está
compuesto por una cohorte ilustrada, sino porque ha sido el poder que menos
cambios ha recibido tras el retorno de la democracia luego de la última
dictadura cívico-militar. No solo el plantel es el mismo, también las prácticas
que la componen. Pasan los gobiernos, se renuevan los legisladores, pero los
jueces son siempre los mismos jueces. Se sabe: los jueces son inamovibles,
están hasta que la muerte se los lleve. Pero como dice el refrán: “muerto el
rey, viva el rey!” Siempre habrá un pariente que se haga cargo de los despachos
pendientes. La justicia es mucho más que una corporación, es una gran familia,
la cosa nostra. Un poder compuesto por una minoría que se autoperpetúa a través
del nepotismo, los privilegios aristocráticos y una jerga exclusiva que
manipula con arrogancia, socarronería, vanidad, cinismo y patoterismo.